16.6.08

Pan y Circo
Juan Carlos Domínguez

Nomás eso nos faltaba!..., salvarles la vida a los delincuentes con nuestro dinero, con esa idea de crear hospitales especiales para su atención. Que los lleven a los hospitales de lujo, que al cabo el crimen paga muy bien. “¡Que los dejen morir!”, gritaron por su parte algunos médicos –ya desinhibidos– cuando en su protesta se cuestionaban el riesgo de atender a criminales.

¡No!… ¡No!..., gritó un médico cuando su hijo de catorce años le pidió permiso para irse a tomar un café con los amigos. A ese grado la psicosis, reconoció el especialista. “Lo que hice fue mejor comprarle una cafetera para que se preparara capuchinos en la casa”. Y así muchos jóvenes y mujeres ahora se quedan tristes en casa, renunciando al ritual ese de ir a “tirar rostro” a los cafecitos de moda, esos que venden cafés muy llamativos y como con medio kilo de azúcar por vaso. Y todo por la ola de robos a mano armada perpetrados por juniors en busca de emociones fuertes en contra de esos espacios tan socorridos por gente de inquietudes más serenas.

Entre el drama y lo broma; los mexicanos somos buenos para eso. Y los médicos, no son la excepción, también son humanos, aunque se vean tan fríos. Durante la junta previa que sostuvieron los galenos tijuanenses para ponerse de acuerdo sobre su plantón, demostraron que también tienen gustos y aficiones tan ordinarias como cualquier otro. Cuando la junta iniciaba a las 8 de la noche, el especialista organizador instó: “Y acabemos rápidamente porque a las 9 empieza la novela y nos queremos ir a verla”. Entonces “Fuego en la sangre” estuvo en la “orden del día” junto con el tema de los secuestros.
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Doctores-Ángeles, casi así se pintaron a sí mismos los médicos reunidos. Dijo uno de ellos que sin menospreciar a los arquitectos, abogados, ingenieros u otros profesionistas, “nosotros tenemos una fuerza especial para atraer a la gente”. Se refería a que habría que aprovechar esa virtud para atraer a más personas a su protesta: “Nos ven como iluminados”. Pues sí, pero conscientes también de sus preocupaciones terrenales: Unas doctoras de un hospital público hacían cuentas, en pesos –con su respectiva conversión a dólares– de lo que perderían al descontarles el sueldo de su día dedicado al paro.

Día de campo más que protesta, parecía de repente el paro de los médicos en la Glorieta Cuauhtémoc. Ropas deportivas, cámaras digitales, gorra con visera, sombrilla, y hasta una pareja de vendedores de productos farmacéuticos (a los que monetariamente les va tan bien como a los médicos, o a veces mejor) con perrito faldero tirado de su respectiva cadena. Otros sentados o tirados en los pedacitos de pasto y gritando ¡bravos! y ¡hurras! al accionar de los cláxones.

Indignado y sincero gritaba un abogado cuando la protesta del 21 de mayo: “¡Agárrenlos! ¡Sabemos quiénes son los delincuentes!”. Sí lo sabrán ellos, ¿no?

Todos llevan agua a su molino, y la protesta de los médicos sirvió para que apareciera uno que otro vendedor ambulante. Y “volanteros”, muchos. Se entregaban volantes, los tomaba uno pensando en invitaciones o consignas acorde al tema que ahí los reunía, o sea, la inseguridad, los secuestros, los asesinatos, pero resultaba vil publicidad, ¡y qué publicidad!: Plan Empresarial para la compra de automóviles; condominios de lujo que resaltaban la “vida familiar”, la vista al mar y la cercanía con un también lujoso hospital –tan necesarios–, así como otro volante anunciando un plan de seguros con la frase en mayúsculas: “Hasta lo más peligroso parecerá inofensivo”. Y en Tijuana, vaya promesa.

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