Semana Santa
La Pasión de Iztapalapa
Escenificaciones sobre la Pasión de Cristo, en el periodo que los católicos designan como la Semana Santa, se llevan a cabo a lo largo y ancho del orbe, en toda suerte de iglesias, parroquias, plazas, teatros, parques o cualquier foro que sirva para revivir ese pasaje religioso. La estadística apunta la cantidad de 1,131 millones de católicos en el mundo.
México “siempre fiel”, por supuesto, no se sustrae del festejo del “Vía Crucis”, y tiene su principal manifestación en la Ciudad de México, exactamente en la delegación Iztapalapa, una de las 16 demarcaciones en las que se divide la capital del país, con una población de casi 2 millones de habitantes -el 20 por ciento de la población defeña-, al sureste de la ciudad, y asentada sobre lo que eran aguas de los lagos de Texcoco, Xochimilco y Chalco.
“La Pasión de Iztapalapa” es el título que este año ha sacado Editorial Océano, en el cual se concentran imágenes de varios fotógrafos, coordinados por Pablo Ortiz Monasterio, así como textos de Juan Villoro, Carlos Monsiváis y Laura Emilia Pacheco.
Es una crónica fotográfica, una reseña histórica y documental, con testimonios de su gente, de una tradición que se viene preservando desde hace 165 años, y que anualmente convoca a casi 3 millones de fieles, quienes acuden a este Vía Crucis que 450 actores lugareños escenifican sobre el Jardín Cuitláhuac, el Cerro de la Estrella o Huizachtepetl, que además era considerado sagrado por los aztecas, donde antiguamente celebraban la ceremonia del Fuego Nuevo cada 52 años; por lo que el ritual conjuga el carácter prehispánico y colonial, la tradición antigua y la costumbre popular.
La escritora Laura Emilia Pacheco refiere a ZETA que fue invitada a participar en este proyecto por la editora Deborah Holtz. La idea era que colaborara con una historia a partir de un trabajo fotográfico que ya existía:
“Pero lo que a mí me llamó más la atención era la posibilidad de acercarnos a las personas que participan. Porque generalmente en la televisión, o en otras ‘pasiones’, tú ves la procesión, ves el ‘domingo de ramos’, ves ‘el lavado de pies’, pero pues nunca sabes en realidad quiénes son esas personas. Ya ahora tuvimos la oportunidad de entrar a las casas de esas personas y ver cómo viven ellos estos papeles que desempeñan cada año”.
La delegación Iztapalapa se compone de 16 pueblos, uno de ellos recibe el mismo nombre, el cual a su vez se subdivide en ocho barrios: La Asunción, San Ignacio, San Lucas, San Miguel, San Pedro, Santa Bárbara, San Pablo y San José. Exclusivamente ellos son los encargados de la celebración, cuyos habitantes se preparan buena parte del año, con vestuarios, maquillajes, peinados, escenografías, recursos visuales y de producción. Además, claro, de actores que cambian año con año, en cuyo rol principal, el de Cristo, se afanan en elegir al mejor candidato; un joven soltero, de familia cristiana, que tenga parecido físico con Jesús y que pueda cargar una cruz de 95 kilos de peso.
“Lo que a mí me parece más curioso de esto, es que no sólo es la representación de la Pasión, sino la interpretación que ellos hacen de ésta”, apunta Pacheco.
Y la magia no está nada más en ese día, sino en cómo lo integran los iztapalapos a su diario vivir: “Me llamó muchísimo la atención la fe con la que ellos hacen esto; me llamó una cuestión muy particular, la capacidad no sólo de convocatoria, sino de organización que tienen, es impresionante. En este caso se debe a la fe, y a una fe religiosa particularmente”.
– ¿No ha disminuido este fervor a raíz del descrédito de la Iglesia Católica en los últimos años?
“Es interesante… en el libro una persona nos comenta que estaba contemplando la posibilidad de cambiar de religión, no me dijo a cuál, me imagino que a alguna protestante; pero a partir de que participó con el papel, con parlamento, recuperó la fe católica”.
Precisa la autora que alrededor de 4 mil actores participan en “La Pasión de Iztapalapa”: “Lazarenos son miles, y con parlamento alrededor de 100; ésos son los importantes, y esta persona a raíz de eso, recuperó su fe. Y te lo decía con lágrimas, con los ojos compungidos”.
– ¿Asegurarías entonces que es una tradición que se preservará?
“Definitivamente; no hay duda al respecto. Cuando tú vas a los ocho barrios se advierte de inmediato una cohesión que es difícil de advertir ya en la ciudad, en una tan grande como lo es la Ciudad de México. Porque los ocho barrios sí son bastante cerrados en el sentido de que todas las familias se conocen, desde hace generaciones, entonces, no es sólo un orgullo personal, sino del mismo pueblo, de los barrios. Yo vi que es una cosa inamovible; así te lo pongo: inamovible”.
Pensar en una representación del Vía Crucis en una delegación cualquiera del Distrito Federal, conlleva la idea de hacinamiento, pobreza, violencia; en fin, el caos urbanístico y poblacional de esa urbe. Pero la escritora Laura Emilia Pacheco también en ello acota:
“Eso también es de llamar la atención. En los barrios propiamente no hay tanto hacinamiento y yo vi una pobreza… digamos… no extrema. No sería el resto de la delegación, que es muy grande y conflictiva, pero los ocho barrios conservan una cosa tradicional, algo particular que yo no había visto”.
Tan arraigados a la celebración y a la vivencia de la Pasión, no faltan los que refieren milagros, y Pacheco lo avala, por lo menos en su elocuencia: “Mira, lo dicen con absoluta convicción. Hay casi tradición de que el día de la crucifixión, que generalmente en la Ciudad de México es un día lluvioso o con viento y se levanta el polvo, hay como una coincidencia en que ese día se abre el cielo, se despejan las nubes, y baja un rayo de sol que alumbra a Cristo…”.
* JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ
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