1.3.12

UN POCHO SUELTO EN LA CAPIRUCHA

Daniel Hernández reúnes crónicas en "El Bajón y El Delirio"


Juan Carlos Domínguez


La Ciudad de México, inspiración de tantos, vuelve a ser motivo de análisis. De auscultación en plan lúdico; desde la vagancia y el desmadre, pero no por ello desprovisto de reflexión.

“El Bajón y El Delirio”, es el título que resume las crónicas de un joven mexicoamericano –“pocho”, como les dicen– radicado en California, que llegó a la capital mexicana, quizás con el consabido cliché de buscar sus raíces, para finalmente encontrarse con una serie de submundos citadinos, que terminaron por conquistarlo.

Nacido en 1980 en San Diego, California, graduado de Literatura en la Universidad de California en Berkeley y periodista de medios como The Angeles Times y L.A Weekly, Daniel Hernández, que toda su vida la había transcurrido en la frontera San Diego-Tijuana, decidió tomarse el verano de 2002 para conocer el Distrito Federal y otros estados como Oaxaca, Puebla, Veracruz y Guanajuato. Y desde entonces quedó atrapado por la cotidianidad chilanga.

Regresó en varias ocasiones, una de ellas para cubrir las elecciones de 2006. Y ya para quedarse en plan más largo, desde el 2007, como redactor de Newsweek. Alguna editorial neoyorkina leyó sus crónicas desde México y le ofrecieron escribir un libro entero sobre la Ciudad de México, su cultura y vida cotidiana, desde una perspectiva personal. “Down and Delirius” se tituló la obra publicada originalmente en inglés, que después interesó al editor Guillermo Osorno para traducirlo y publicarlo en nuestro país a través de la editorial Océano.

Recién salido de la imprenta, “El Bajón y El Delirio”, es un recorrido que el lector, de la mano del autor, hace por los ritos, las costumbres, los dilemas, la vida nocturna, la vocación festiva, las broncas urbanas y todos los mundos que se entretejen entre los 20 millones de capitalinos que se disputan la sobrevivencia en el D.F. Es un relato vivaz el de Hernández, sin abandonar el rigor periodístico, la tarea reporteril.

“Es una carta de amor a la ciudad”, dice en plan romántico el autor, que en su ir viviendo la urbe y conociendo a sus tribus, pasa del asombro a la asimilación, de la reserva a la entrega total.

El autor lo mismo nos adentra en la cultura glamorosa de la colonia Condesa que en las fiestas de los sonideros y toquines de la banda en Neza o Tepito. Los raves o la vanguardia de la moda y vida nocturna, o la suciedad y arbitrariedad en el Mercado de Sonora. Los rituales del vulgo para la Santa Muerte o San Judas Tadeo, que a los funerales de pipa y guante en el panteón francés. Convivimos lo mismo con punk, emos, roqueros añejos, darkies, y todas las especies habidas y por haber. La Roma, la Merced, Coyoacán, Garibaldi, la Guerrero, Teotihuacán; el viaje por el que nos lleva Daniel Hernández es vertiginoso, como el de un pesero repleto de pasajeros, cada uno con un universo por compartir.

En medio de tanta fiesta, el periodista que escribe este libro también profundiza en los fenómenos del secuestro, la violencia, la contaminación, el narco, la intolerancia y hasta el esoterismo que intenta explicar cómo la Ciudad de México puede sobrevivir a pesar de tanta calamidad, caos y excesos.

Aclara Daniel que su libro no es un catalogo de la capital, “no es una guía, no es una enciclopedia, no es un trabajo de antropología. Son crónicas, es un reportaje”.

El primer texto que se lee en “El Bajón y El Delirio” es “Guadalupanos pachecos”, el primer hecho que lo inspiró al radicar en México, cuando le tocó asistir a una peregrinación a la Basílica de Guadalupe, en donde también se volvió amigo de una “bandita” de jóvenes de barriada. Esa madrugada regresó a su casa e iluminadamente escribió de un tirón esa primera crónica.

Daniel Hernández, quien en primera instancia escribió este libro penando en el público anglosajón, que ve a México más que nada como a un destino político, también tuvo que salvar el prejuicio de sus propios padres mexicanos, quienes no le recomendaban aventurarse hacia este lado de la frontera: “Me decían: te van a robar, te van a secuestrar, te van a chamaquear, te va ir mal, es muy feo, es muy sucio, la gente no es amigable, son difíciles, son chilangos”. Pero lo mismo que en el Distrito Federal se encuentra en Los Ángeles que en Nueva York, París o Londres, defiende el periodista: “Esas ciudades te muestran todo lo bonito del ser, y todo lo horrible, feo, desagradable, tóxico, violento y alarmante”.

Al final del día, Daniel Hernández sucumbe a la percepción de un pueblo cósmico, una ciudad mágica que está destinada a canalizar tanta energía humana concentrada en esa mega polis que se revierte en una suerte de protección para enfrentar las más duras adversidades. Una buena fortuna que se puede traducir en la cotidianidad de caminar por años en la “capirucha” sin, por ejemplo, nunca haber sido asaltado. “Mí estrategia es nunca tenerle miedo a la ciudad. Y en las crónicas me voy a zonas donde sí existe un tipo de auto justicia social generalizada dentro de los vecinos, en algunas partes no existe el Estado”.

Y ahí encuentra la riqueza, afirma: “Y en esas zonas hay una cultura, una vibra y una creatividad más bonita, y más intensa, y más auténtica de la ciudad. Y es ahí donde hay esa famosa improvisación mexicana, de hacer la vida con lo que hay, y hallar la felicidad con lo que tengas”.

Joven californiano clase mediero, el autor de “El Bajón y El Delirio”, también encuentra en la capital mexicana, y en el país todo, un ambiente más relajado, donde, por ejemplo, la gente no vive con el temor de ser multado por un policía y te aplique una “ticket de 500 dólares”, y en cambio ves a policías “como postes de luz y es mejor ignorarlos porque la línea entre la delincuencia y la Ley es muy delgada”.

Pero eso es lo que lo conquistó, el contraste de la rigidez de Estados Unidos, que se difumina apenas al cruzar la frontera: “En ese contexto es una parte peligrosa porque se puede producir un caos que no tenga salida. Pero para mí es como, ¡ah!, refrescante, te siente libre, liberado, te sientes con posibilidades sin límite. Y en Estados Unidos es puro límite. México me inspira”.



LA POLÍTICA ALEGRE
Juan Carlos Domínguez


VERDADES INCÓMODAS
Ya entrados en confianza con la expositora Lydia Cacho, que trató el tema de las redes de impunidad y corrupción en nuestro país durante la reunión mensual de COPARMEX, algunos empresarios tijuanenses se pusieron elocuentes. Por ejemplo, Ignacio Calderón Tena le mencionó que las administraciones municipales panistas han propiciado la apertura indiscriminada de bares por toda la ciudad, en especial en las zonas marginadas de Tijuana (seguramente le faltó ver todos los que están sobre Bulevar Aguacaliente, Calle Sexta, Colonia Cacho, Playas, etc.), “y si no pregúntenle a ‘Tito’ Quijano”, reviró. Éste acusó que durante la gestión de Jorge Ramos, se entregaron 70 permisos para abrir antros (seguramente se quedó corto). Luego surgió un dato incómodo: 62 por ciento de los bares y cantinas son propiedad de la delincuencia organizada. Entre la concurrencia se encontraban funcionarios del PAN, como Cuauhtémoc Cardona Benavides, secretario de Gobierno en Baja California, y Enrique Méndez Juárez, ex secretario de Gobierno (la oficina que negocia con los giros negros), precisamente en la administración de Ramos. Muy calladitos se quedaron los señores, apenas si tragaban saliva. Como ocurrencia, Cacho propuso darle más poder a los síndicos municipales, y más de uno -incluyendo a panistas- saltó de la silla: “’Uta, darle más poder a síndicos como Héctor Magaña en su momento, ¡se acaba Tijuana!”.

Barboza con Peña Nieto
LA PURA BENDICIÓN
Muy tristes andan en el equipo de campaña de Carlos Barbosa, candidato del PRI para diputado del distrito 4, especialmente Juanita Pérez Floriano, encargada de pasar el “bote”, porque el padrino Jorge Hank Rhon se ha hecho ojo de hormiga y no ha brindado apoyo ni recursos para el allegado. “De por sí es duro para soltar”, refieren del zar de Caliente. Cuentan que precisamente por eso, Gregorio Barreto -otro zar, pero de las calafias- se abrió de la contienda contra Barbosa, porque al pedirle ayuda el gordo Barreto al ingeniero Hank, éste le respondió: “No me ocupas”. Y le recordó que en la contienda pasada le recomendó que no participara; no obstante, Barreto desobedeció y obtuvo la diputación local, por eso el reproche: “ganaste sin mí, no me ocupas”. Y nomás le dio su bendición, como también nomás se la quiere dar a Barbosa.

LIMÒN DESPRECIADO
La mentada “gira del agradecimiento” de Doña Josefina Vázquez Mota no es para todos los panistas, y si no, que lo cuente Alberto Limón, precandidato a diputado por el Distrito 5. Bien puesto para recibir las gracias de la candidata presidencial, y sobre todo para cachar la foto digna del mejor perfil en Facebook, Limón y sus secuaces se postraron a la entrada de un domicilio en el exclusivo fraccionamiento Puerta de Hierro (propiedad el empresario Alfonso Martínez), donde permanecieron por más de dos horas, soportando el gélido clima del lunes 13 de febrero. Ni el anfitrión de la casona los invitó a pasar, ni Josefina volteó a verlos. Tuvo que conformarse el aspirante a tratar de obtener la foto entre la bola, en el evento de acarreados que más tarde celebraría Vázquez Mota en el Auditorio de Tijuana. Por lo menos ya más calientito Limón… y con foto de colado.

ACOSO
Alta, casi un metro ochenta de estatura, tez morena clara, pelo largo crespo, guapa la dama, fue asistente de Javier Algorri, secretario de Seguridad Pública durante la administración de Jorge Hank. Una vez el PRI de regreso en el gobierno municipal, la joven señora “María” (nombre ficticio para proteger su identidad), casada y madre de familia, por cierto, nuevamente fue contratada para ocupar un puesto en la burocracia, concretamente en la Dirección Jurídica del XX Ayuntamiento de Tijuana. Ahí permaneció hasta hace tres semanas. Ya no aguantó más. Presentó su renuncia y, desconsolada, argumentó hostigamiento y acoso sexual. Cuando pidió cambio de puesto, una vez más la respuesta común: “Está bien, pero… ya sabes…”. Y ésa es la tónica en el área jurídica, denunció.