27.5.08


MEDICOS DE TIJUANA SE MANIFIESTAN CONTRA LA VIOLENCIA
"!Ay güey, ya me siento del PRD!"

A las ocho de la mañana, puntuales, fueron llegando los primeros médicos, algunos temblando un poco por el frío, inusual para una mañana de mayo. La Glorieta Cuauhtémoc en la Zona Río, el miércoles 21, fue el lugar que acordaron los profesionistas de la medicina para manifestarse contra la violencia y, en particular, los secuestros.

Un día antes, en una junta que para ponerse de acuerdo celebraron los galenos en el Hospital Ángeles, unas doctoras medio en broma y medio en serio confesaban que iban a llegar al plantón con lentes oscuros y peluca, para no caer bajo la mira criminal. En efecto, los primeros en llegar lo hicieron en abrigos amplios, lentes para el sol –aunque el día estaba nublado–, y estacionando su automóvil “de lejitos”. O de plano en taxi.

Postrado el sonido y dos de los principales organizadores frente al Calimax, fueron llegando a discreción. Muchos con su bata blanca y bajo ella, ropa casual fina. Se juntaban en “bolita” o haciendo círculo y la plática giraba en torno a anécdotas propias de su ramo y sus rutinas de turno. Una doctora del Hospital Psiquiátrico narraba cómo recibió una llamada telefónica donde le gritaron ¡loca!

Uno de los primeros en llegar fue el Doctor Jorge Astiazarán, en impecable traje azul oscuro, y repartiendo abrazos cual remembranza de sus tiempos de campaña como candidato a la Alcaldía de Tijuana. Una que otra patrulla rondaba el sitio, y un comando militar pasó una sola vez. Eran las 8:30 de la mañana y no había más de 50 personas. Expresaba un médico, a próposito de los secuestros: “¿Quién sigue, cabrón?...” Maná, el grupo pop, se dejó escuchar en la prueba de sonido con una canción muy ad hoc: “¿Dónde jugarán los niños?”

Minutos después los presentes fueron invitados a cruzar la calle y postrarse frente a la Glorieta. “¡Ay, güey! Ya me siento como del PRD”, expresó un galeno al arremolinarse junto a sus colegas. Muchos por continuar con su plática en corto no escuchaban al Presidente de la Federación Médica de Baja California, quien hablaba del deseo de ver nuevamente brillar el sol nítidamente cada mañana en nuestra ciudad.

“A todos aquellos que pensaban que los médicos no podíamos manifestarnos… Los doctores tenemos una causa que no es exclusivamente para nosotros sino para toda la comunidad de Tijuana…”, advertía el profesionista.

A esas horas ya no circulaba auto alguno por la zona ya que agentes de Tránsito Municipal obstruyeron las avenidas desde los cuatro sentidos aledaños a la glorieta. En un momento dado ni los grupos que llegaban a manifestarse podían acceder con su auto. Salvo el Doctor José Ortiz Ampudia, uno de los organizadores, que llegó en una camioneta, giró alrededor de ella agitando la mano para saludar a sus colegas. “¡¿Y dónde está la gente?!”, le reprochó una doctora.

Unos cuantos médicos y ciudadanos comunes se postraron hasta lo alto del monumento a Cuauhtémoc sosteniendo cartones blancos recortados en forma de palomas. No eran aún las nueve de la mañana y los protestantes parecía que lo hacían frente al desierto. Ningún auto y ningún movimiento había alrededor. Fue entonces que el orador en turno pidió a los agentes de tránsito que reanudaran la circulación de carros en las calles obstruidas: “¡Queremos que todos nos vean y que todos nos oigan!”

Gritos sin receptor
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“Terremotos… tsunamis… maremotos…”, lo que parecía un discurso apocalíptico y a ratos educacional, era pronunciado por una mujer con la indignación lógica de quien ha vivido de cerca el secuestro de un familiar. Su desencanto iba no solamente en razón del clima hostil en la región, sino de la descomposición en todo el mundo. Un académico pasaba lista de asistencia a sus alumnos de medicina. Llegaban doctoras camufladas como simples amas de casa o “doñas”. El médico que tomaba en esos momentos el micrófono exigía: “¡Que nos escuche el Gobernador Osuna Millán! ¡Queremos seguridad!... No queremos policías corruptos… no queremos políticos corruptos...” “¡Ah chingao!, pues va estar difícil”, expresaba en son de guasa un médico de entre los oyentes. “¡Ya basta!”, gritó varias veces el orador, y el mismo médico anterior soltaba una carcajada. La poca seriedad la asumían algunos jóvenes, alumnos de la Facultad de Medicina de la UABC.

Tomó la palabra el médico Benito Rodríguez, que lamentó la no tan nutrida asistencia; unas 350 personas cuando mucho: “¡Qué bueno que fuéramos seis mil!” Reprochó la usencia de enfermeras, y más estudiantes. Se lamentó de la Tijuana de hoy: “Extraño los tiempos en que dejábamos abierta la puerta de la casa y las llaves puestas en el carro…” Un poco afónico reconoció a los jóvenes presentes: “¡Este es el futuro!... ¡Agradecemos su coraje!”.

La chica Astrid Palacios tomó la palabra en nombre de los estudiantes de Medicina de la UABC. Se refirió a la lucha que deben enfrentar todos en contra de la violencia: “Por el amor…, el amor a la profesión, el amor a la familia, el amor a la ciudad…” Pero anunció que ella ya no piensa vivir en Tijuana.
La gente reunida apenas llenaba una sexta parte de la glorieta. Otro médico expresó al micrófono: “No es posible que haya médicos que han sido tres veces asaltados, que tengamos que cerrar el consultorio temprano o no atender a un paciente porque pensamos que nos puede robar”. Otro lo secundó: “Me doy cuenta que aquí hay muchas gentes (sic) inteligentes… no nada más nos quejemos, búsquennos la solución”. Uno más se inclinó hacia el tema de la desigualdad social, y consideró como contraparte al crimen organizado, la mayor generación de empleos: “Porque aquí hay gente que trae camionetas de 50 mil dólares, mientras otros apenas tienen para pagar el taxi”. Una doctora, la del Hospital Psiquiátrico, estaba preocupada por otras cosas: “¡Ah, llegaste! ¿Y dónde están las mantas de la Federación?”, reclamó locuaz.

Los reproches
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“¡Mira, qué imponente nuestro Cuauhtémoc!”, se admiraba la doctora de una clínica privada que con cámara digital en mano buscaba el mejor ángulo de la estatua del héroe mexicano, que la redescubría en ese día tan inusual. Más de hora y media llevaba de iniciada la protesta y apenas les escribían consignas a las figuras de paloma en cartón: “¡Queremos paz!”, “Justicia”. “Seguridad”. El doctor Héctor Rico anunciaba en altavoz y hacía extensiva a los médicos, y la comunidad que la autoridad eclesiástica de Tijuana: “¡Nos da todo su apoyo también!”. “¡Y que también nos dé las bendiciones, no chinguen!”, comentó sarcástico entre sus colegas un doctor.

Como a las diez de la mañana el ciudadano Genaro de la Torre, recordó una manifestación colectiva similar celebrada hace casi dos años, a raíz del asesinado del editor de ZETA, Francisco Ortiz Franco: “En aquel entonces tuvimos muy buena respuesta, siete mil personas”; dijo que en esa época se secuestraba solamente a empresarios fuertes “y hoy en día hasta humildes vendedores de sobrerruedas”.

“¡Irasema… retrata al de la máscara!”, instó a su compañera un doctor. Se trataba de un encapuchado, trepado en la parte principal de la glorieta y con un cártel que invitaba: “Secuestra a un diputado, ex diputado o ex senadores; ganan más que yo”. Mientras que Héctor de Isla Puga, representando a la Asociación de Abogados Emilio Rabasa, gritaba: “¡Sabemos quiénes son los delincuentes, agárrenlos”!, y ahora sí que abogó por el endurecimiento de las leyes y la aplicación de éstas. Otro pedía que corrieran a los policías “pero de la ciudad, si no se quedan y arman comandos”.

Eran las once de la mañana y una ligera llovizna amenazaba. Uno de organizadores principales bromeó. “Hice un trato con el Dios Tláloc pero parece que me atendió su secretario porque no me está cumpliendo”. Nadie rió. Pero igual la caída de agua pronto cesó.

De repente aquello parecía mitin político: “¿Ya se quieren ir?”… ¿Están cansados?… ¡Estamos en la lucha!”. Y el colmo, como para recordar a un candidato cualquiera: “¡Hasta la victoria!”. Y el intento de reconfortar: “Las autoridades parece que ya nos están escuchando”. “¿Y qué que nos escuchen?”, respondía un galeno entre sus similares. Entonces hubo un llamado a los reporteros presentes: “Señores de la prensa, aquí hay pancartas de secuestrados que no han tenido la suerte del doctor Guzmán. Queremos que les tomen fotos y se las hagan llegar al Gobernador Osuna Millán”.

Los médicos se repartían entre grupitos y las conversaciones no paraban: “Realmente lo malo son los secuestros, por el tráfico de droga se incentiva la economía, pero el secuestro la frena”. “Lo grave sería que mañana ocurriera otro secuestro, sería la respuesta de esto”; decían uno y otro. Algunas mujeres, pocas, derramaban lágrimas; familiares de secuestrados.

Los galenos referían de un oftalmólogo que ya ha sido secuestrado en tres ocasiones. Pero igual los temas se diversificaban: “Ya huele a ganado aquí”… “Ya somos un chorro de doctores en Tijuana, jóvenes y no jóvenes… a lo mejor por eso los secuestros, por la saturación”. Humor negro. Otros hablaban muy mal del Secretario de Salud en el Estado y del Procurador de Justicia: “Es un cinismo, eso que diga que cuando hay un secuestro que nada más puede ser intermediario pero que no se puede comprometer a más…”.

Un especialista del Hospital Ángeles reveló que hace dos años lo empezaron a amenazar los secuestradores. Hace apenas dos semanas lo volvieron a hacer, mas su familia y él han decidido no abandonar Tijuana. Hubo más reproches para la autoridad estatal: “Señor Gobernador, ¿dónde está? Está muy guardadito, ¿no?”. También arremetió contra sus colegas, otros profesionistas y el resto de la comunidad. Dijo que la gente tiene la ciudad que se merece: “Pero si hubiera ganado la Selección de Futbol, aquí estuviera a reventar de personas”.

Nuevas amenazas
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En medio del plantón en la Glorieta Cuauhtémoc, por un momento los médicos manifestantes pensaron en trasladar su movimiento hacia el Hospital General. El motivo: La amenaza de muerte que acababa de recibir el doctor César Romero, uno de los médicos que atendió a Humberto Moreno, uno de los sicarios que intervinieron en la matanza del bulevar Insurgentes el pasado 26 de abril y que falleciera la noche del martes. La familia del médico recibió la sentencia que también él iba a morir.

Decidieron permanecer en el lugar, pero tomando como bandera de su protesta la fresca advertencia que llenó aún más de indignación a los médicos: ¿¡Qué vamos a hacer!?”. “¡Que no los atiendan!”… “¡Que los dejen morir!”, respondieron muchos ya sin recato. Una doctora conminaba a los organizadores: “Si le pasa algo a César, se responsabiliza directamente al Gobernador. Suéltalo de una vez…” Y así se anunció.

Hasta con Monseñor Rafael Romo Muñoz arremetieron: “¿En dónde está, Señor Obispo? ¿En alguna fiesta de sociedad?”. Contra Jorge Ramos: “Señor Presidente Municipal, que lo tenemos tan cerca, ¿en dónde está? Lo acabamos de ver en campaña”.

La manifestación vivía sus últimos minutos: “Ya casi son las doce y hemos aguantado”. El clima les fue benigno; no así la apatía. Los médicos se quedaron un tanto solos en su grito, pero una doctora ya lo presentía la noche previa al plantón: “No vamos a tener muchos resultados porque lo estamos planeando de un día para otro”.
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* JUAN CARLOS DOMÍNGUEZ

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