8.11.10


FITO PÁEZ:
INTENSO Y ETÍLICO ENCUENTRO

Vaya que fue intenso el encuentro. Sucede cuando entre dos hay un lazo fuerte y son pocas las ocasiones de desfogarlo. Así ocurrió entre Fito Páez y su público bajacaliforniano. El roquero argentino llegó por primera vez a la región, a brindarse a su fanaticada local que hasta hace poco no hubiera imaginado tener pronto frente a sí -y de qué forma- a su ídolo.
Con el concierto Fito Páez Sólo Piano, el viñedo y complejo turístico Encuentro Guadalupe inició su agenda de espectáculos donde la naturaleza y sus vinos enmarcarán la fiesta y el deleite.
Buena parte del día, un piano solitario fue testigo de la euforia que poco a poco se fue prendiendo entre los cientos de personas que desde temprano empezaron a llegar al Valle. No era para menos, la cantidad y variedad de vinos y sabores se fue encargando de hacer grata la espera. Hasta que se ocultó el Sol y el piano perdido en medio del escenario justificó su razón de ser. Y con creces.
No era el finísimo y especial piano de cola que el rockstar suele exigir, de hecho de pronto parecía sólo un cajón mal pintado, aunque con intenciones artísticas. Lo importante es que Fito Páez sí era el auténtico. Lo dijo su música y lo dijo su voz. Desde los primeros acordes de “Si es Amor” -un largo intro de sus dedos en el teclado-, y su canto que se perdería en el horizonte por los próximos 90 minutos. “Qué rica noche. Vamos a vivirla entre el vino y la buena música”, externó a los presentes.
“Cable a Tierra”, “Dale Alegría a mi Corazón” y “Dos Días en la Vida”, fueron las canciones que se sucedieron durante la primera parte del concierto en que el cantautor argentino interactuó sólo en pequeños intervalos con el público. A las “chicas” y a los “compañeros” del público les pidió “guardar las energías, las vas a necesitar”, en alusión a Dylan.
Entonces interpretó el tema de lanza de “Confía”, su más reciente producción, de título “Tiempo al Tiempo”, en el que mantiene ese modo de ir contando cuentos, tal como la hermosa historia que le siguió, “Once y Seis”, de una pareja que se conoció por pura casualidad y luego se fueron a caminar por la famosa Avenida Corrientes: “Miren todos, ellos solos pueden más que el amor…”. Y aunque la noche se prestaba más para el romanticismo, Páez no podía dejar de soltar su canto de protesta, con la canción políticamente incorrecta, incómoda durante mucho tiempo porque narra la dictadura que sufrieran los “argentinos… argentinos… qué destino amigo argentino…”: “La Casa Desaparecida”.
Luego el cantautor platicó cómo en los sesentas y setentas escuchó tanta música latinoamericana, tantos géneros, que a la larga nutrieron su semilla creativa. Interpretó la popular y muy coreada “Tumbas de la Gloria”, “Zamba del Cielo” con la que, como siempre, recordó a la cantadora Mercedes Sosa, “A Rodar mi Vida” y su vena tierna con “La Rueda Mágica”.
Y entonces la noche se tiñó de más matices, el que le puso cada asistente, por supuesto guiados por el gurú en el que en esos momentos se convirtió Fito, al interpretar lo que es un himno contra los tiempos modernos, oda a la libertad y el individuo: “Al Lado del Camino”: “… en tiempos donde nadie escucha a nadie… en tiempos donde todos contra todos… en tiempos egoístas y mezquinos… en tiempos donde siempre estamos solos… habrá que declararse incompetentes en todas las materias de mercado… habrá que declararse inocente… o habrá que ser abyecto o desalmado…”.
Por primera vez en la noche, Fito abandonó el piano, se alejó, sacó una guitarra eléctrica roja -del mismo color que su camisa mayormente oculta bajo su traje negro- y se puso a roquear, a ponerle más adrenalina a una velada ya de por sí energética y etílica, con “Ciudad de Pobres Corazones” y “Naturaleza Sangre”.
Una hora había cumplido el rockstar argentino sobre el escenario cuando se le dio la gana despedirse, a sabiendas de que su público no iba a aceptar tan fácilmente el adiós. Alzó las manos, desapareció, no se hizo más de rogar y regresó con una de las canciones -aunque dejó varias fuera- que no podía omitir de su repertorio: “Mariposa Technicolor”. Para entonces la audiencia ya estaba más enfiestada que nada.
“Yo voy a proponer un milagro esta noche, pero para eso necesito que todos guardemos silencio”; y Páez lanzó su voz al horizonte, oscuro y fresco de esa noche, pero muy prendido entre los casi mil asistentes ya entonados de tantas canciones y más, mucho más vino. Fito les cantó “Yo Vengo a Entregar mi Corazón”, pero fueron menos los que lo valoraron. El cantante sin micrófono lanzaba su alma, y la gente ya seguía su propia cantaleta. No fue la mejor de las despedidas para dos -artista y público- que habrían esperado tanto para estar juntos.
Juan Carlos Domínguez

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